July 22, 2013

El vlasovista ensangrentado

Recuerdo con vergüenza que, durante la conquista (es decir, el pillaje) de la bolsa de Bobruisk, yo iba por la carretera entre camiones alemanes destrozados y volcados, alrededor de los cuales se desparramaba un exuberante botín de guerra, cuando escuché gritos de socorro en una hondonada. Allí, en medio de coches y carros atascados, deambulaban sin rumbo los caballos de tiro alemanes y humeaban unas hogueras hechas con trofeos apilados. «¡Señor capitán! ¡Señor capitán!». En un ruso perfecto, me estaba pidiendo protección un soldado que marchaba a pie, con pantalones alemanes, desnudo de cintura para arriba, con la cara, el pecho, los hombros y la espalda ensangrentados, mientras un sargento del contraespionaje que iba a caballo lo acosaba con el látigo y le echaba el animal encima. Fustigaba sus carnes desnudas a latigazos y no permitía que se diera vuelta ni que pidiera auxilio; lo iba empujando a golpes, marcando en su piel nuevas cicatrices rojas.

¡No estábamos en las guerras púnicas ni en las médicas! Cualquier persona que tuviera autoridad, cualquier oficial de cualquier Ejército del mundo, tenía la obligación de detener aquella tortura arbitraria. Cualquier oficial de cualquier Ejército, sí, pero ¿también del nuestro, con la feroz y absoluta dicotomía con que veíamos a la humanidad? (Si no estás con nosotros, si no eres de los nuestros, etcétera, solo mereces el desprecio y la muerte). Pues bien, me acobardé de tener que defender a un vlasovista ante un sargento del contraespionaje, no dije ni hice nada, pasé de largo como si no lo hubiera oído, para que esa peste reconocida por todos no se me pegara a mí. (¿Y si el vlasovista fuera un supercriminal? ¿Y si el sargento cree que yo...? ¿Y si...?). Más sencillo aún para el que conozca el ambiente de entonces en el Ejército: ¿qué caso le hubiera hecho un sargento del contraespionaje a un capitán?

Con cara brutal, el sargento continuó azotando y acosando a aquel hombre indefenso, como si fuera ganado.

Esta escena se me quedó grabada para siempre. En realidad, es casi un símbolo del Archipiélago, podría ilustrar la cubierta del libro.


Alexander Solzhenitsin, Archipiélago Gulag, primera parte, cap. VI.

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