May 26, 2013

Matrimonio

Algunos han buscado presentar la campaña por el matrimonio homosexual como una continuación de la lucha por los derechos civiles que estalló a mediados del siglo XX. Mejor entendida, es una continuación —y una intensificación— del deseo del Estado moderno de abrir una brecha en nuestras vidas privadas y arrogarse la soberanía sobre nuestras relaciones.

La gente común protestando por el derecho de los homosexuales a casarse ha brillado por su ausencia. En cambio, este movimiento ha sido liderado por abogados y activistas profesionales.

Piensen en el informe de consulta de la coalición liberal-conservadora: en esencia, expresa la reescritura del significado del matrimonio por parte de la élite. Desecha la función central que el matrimonio ha cumplido durante siglos —como institución mediante la cual no solo las parejas, sino las comunidades, manejaban la sociabilización de los niños y las relaciones intergeneracionales— para decretar que el matrimonio tiene que ver simple y definitivamente con «dos personas que se aman y se comprometen formalmente una con otra». La importancia comunitaria, social y generacional del matrimonio, su función como institución que aglutinaba a los individuos en una comunidad más amplia e incluso en el proceso de la historia mediante su aceptación de las responsabilidades de la procreación, ha sido degradada, reemplazada por la actual idea burguesa de que el matrimonio tiene que ver simplemente con estar en compañía, con «dos personas». Lo que estamos presenciando aquí es la determinación del Estado de que la función del matrimonio, que ha sido establecida por numerosas comunidades durante larguísimos períodos de tiempo sin la guía del Estado, ya no tenga ninguna relevancia o valor cultural, dado que ahora, por decreto del Estado, el matrimonio tiene que ver con «el amor y el compromiso» en vez de tener la «finalidad distintiva [de] tener y criar hijos».

Brendan O’Neill

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