«En marzo de 2003, en vísperas de la guerra de Irak, el papa Juan Pablo II envió al cardenal Pío Laghi, un alto diplomático del Vaticano, a Washington para pedirle una última vez a Bush que no realizara la invasión. Laghi, elegido por sus estrechos lazos con la familia Bush, resumió “de manera clara y enérgica” los temores del Vaticano respecto de lo que podía seguir a la invasión: una guerra prolongada, importantes pérdidas de vidas, violencia entre grupos étnicos y religiosos, desestabilización regional “y un nuevo abismo entre el cristianismo y el islam”. La advertencia no fue escuchada» (The American Conservative).
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