January 31, 2015

Gris, el perro defensor de don Bosco

El barrio de Valdocco presenta hoy muy diverso aspecto del que tenía al fundarse el oratorio. Las casas, mucho menos numerosas entonces, se hallaban en partes separadas por campos incultos y matorrales, y quedaban en las afueras de la ciudad. Por esto, cuando al venir la noche don Bosco no se había aún recogido, los suyos lo esperaban con manifiesta inquietud. Las tierras baldías por donde debía pasar eran favorables para cualquier agresión, y nadie ignoraba que varios malvados habían jurado su muerte.

Todos lo instaban a tener gran precaución y prudencia, pero tratándose de desempeñar el sagrado ministerio o del interés de los niños, nada era suficiente para detenerlo.

Una vez que, entrada la noche, volvía apresuradamente de la ciudad, no dejó de sorprenderse al ver junto a sí de un momento a otro un enorme perro de color gris. Apenas si su temor duró algunos instantes, pues el hermoso animal se esmeró en acariciarlo y, sin separársele, lo acompañó al oratorio y desapareció.

En adelante, cuando, retenido por sus ocupaciones en la ciudad, don Bosco volvía ya de noche al oratorio, tan pronto como llegaba al barrio peligroso, casi nunca dejaba de presentársele el mismo perro y de servirle de custodia hasta su casa.

Se aficionó pronto don Bosco a su fiel y precioso compañero, al cual, a causa del color, llamaba el Gris. En repetidas circunstancias este perro le salvó la vida.

***

Una noche, amenazando lluvia y cubierto el cielo de nubes, camino de la Consolata al Cottolengo, repentinamente dos individuos se arrojan sobre don Bosco; uno le cubre con una manta la cabeza mientras el otro le pone una mordaza en la boca.

Don Bosco parecía perdido, cuando de pronto se oye como un rugido de furioso león y aparece el Gris, que en un abrir de ojos echa en tierra a los agresores. Se quita don Bosco la manta que lo sofocaba y ve escapar apresuradamente a uno de los malhechores. El otro, tendido en tierra, en la más crítica situación, oprimida con las patas del perro la garganta, exclama:

—¡Señor, llame a su perro que me estrangula!

—Lo llamaré si me prometes conducirte bien en adelante

—Sí, sí, pero llámelo que me nata.

Llama don Bosco al perro, y este en el acto abandona la presa. El criminal, sin decir palabra, huye a toda prisa.



***

En otra ocasión en que don Bosco volvía por la calle de San Máximo a su casa, apostado un asesino detrás de un árbol, le tiró dos pistoletazos, pero como ninguno diera en el blanco se adelantó para matarlo de otro modo, mas en el momento aparece el Gris, aterra al malvado y lo obliga a huir. En seguida acompaña a don Bosco hasta la puerta del oratorio.



***

Otra vez, el perro libró a don Bosco no ya de uno o dos conjurados, sino de una tropa de sicarios. Era también una noche en que don Bosco, tomando la calle que de la plaza Manuel Filiberto va al Rondó, volvía a su casa. De improviso un individuo armado de un grueso bastón se echa sobre él.

La calle estaba desierta. Huye don Bosco, pero el malhechor lo alcanza. Levantaba ya este el bastón para golpearlo, cuando don Bosco, movido por la inminencia del peligro, le asesta tal golpe en el estómago que, cayendo el asaltante en tierra, con voz lamentable exclamó: «¡Ay, ay, que me muero!».

Don Bosco creía estar libre, cuando una multitud de individuos que se hallaban escondidos tras los árboles se presentan provistos de bastones. No había resistencia posible. Pero he aquí que aparece el Gris y, pronto como el rayo, se pone a dar vueltas alrededor de don Bosco y, mostrando formidables colmillos, da tan espantosos ladridos que, sin pérdida de tiempo, uno en pos de otro, todos los malandrines se retiran.



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Cierta tarde, se disponía don Bosco a salir. Como ya se aproximara la noche, su buena madre Margarita se empeñó en vano en disuadirlo.

Abierta la puerta, encuentra al perro echado de largo.

—¡Vamos, Gris, déjame pasar! —le dice a la vez que lo toca ligeramente con el pie, mas el perro gruñe amenazador y no se mueve.

—Ya ves, hijo mío —le dice Margarita—, que el perro es más discreto que tú; no debes porfiar en salir.

Todavía dos veces intentó don Bosco pasar, pero como el perro se lo estorbara y siguiera enfadado, se volvió a su habitación.

No había transcurrido un cuarto de hora cuando llega apresuradamente un vecino a advertirle que tenga toda precaución y se guarde de salir; pues había atisbado que cuatro individuos de la peor catadura, acechando en una emboscada, juraban que esta vez habían de matar a don Bosco.



***

Otra tarde, se presentó el perro en el patio del oratorio. Quisieron echarlo fuera, pero como uno de los muchachos gritase: «¡Es el perro de don Bosco!», se agruparon los niños para jugar con él. Unos se le montaban encima, otros le tiraban de las orejas, y así en gran algazara lo condujeron a don Bosco, que cenaba en el refectorio con su madre y algunos sacerdotes.

«Es mi Gris», dijo el amado padre, y el perro, mientras todos los acariciaban, sin aceptar el pan, la carne y el agua que le ofrecían, dando pausadamente una vuelta alrededor de la mesa, concluyó por ir a colocar al borde de ella la cabeza junto a don Bosco, en quien, como si quisiera significarle cariñoso saludo, fijó tiernamente los ojos.

Después de ofrecerle de comer, «Pues que nada quieres», le dijo don Bosco, «déjanos solos», y el perro, acompañado por un alumno hasta la puerta, partió.

Se comprendió pronto el motivo de la venida del perro. Don Bosco ese día hubiera debido llegar tarde, mas conducido en coche por el marqués Forrati, estuvo de vuelta mucho antes de lo que era de esperar. El Gris había, pues, querido asegurarse de que don Bosco estaba en casa.



***

En el otoño de 1866, don Bosco vio una vez más a su maravilloso guardián. Se encontraba en Murialdo de Castelnuovo, su patria, y debía volver a Moncucco para visitar a uno de sus amigos. Era llegada la noche y fuerza era pasar por bosques nada seguros.

«¡Ah!, ojalá tuviera yo a mi Gris», exclamó, y en el mismo instante se halla el perro a su lado. Lo acompañó todo el camino, y si bien no se presentó el caso de defenderlo de asesino alguno, le prestó todavía un importante servicio con librarlo de dos enormes perros molosos, guardadores de viñas. Se sabía que estos eran una seria amenaza para los transeúntes, y, en efecto, acometieron a don Bosco, pero el Gris se las compuso con ellos de tal manera que los hizo retirarse aullando de dolor.

Apenas hubo llegado a su destino, cuantos lo esperaban a cenar quedaron admirados de la hermosura del perro.

«Qué precioso animal tienes —le dijeron—. No lo conocíamos, es de magnífica raza». Le ofrecían al Gris toda clase de golosinas sin conseguir que probase ni una sola.

Algunos jóvenes clérigos, extrañados de semejante obstinación, resolvieron encerrarlo en una pieza. «Cuando haya ayunado doce horas —dijeron— le será necesario comer o beber».

A la mañana siguiente llegan a darle libertad. El prisionero había desaparecido. ¿Cómo? Puertas y ventanas estaban perfectamente cerradas.

Jamás se ha sabido de dónde venia este perro ni adónde iba luego de cumplir su objeto. Nadie lo conocía.



Carlos D’Espiney, San Juan Bosco, «El perro defensor de don Bosco».

January 12, 2015

Los caballos son espejos

«[La equinoterapia] se fundamenta en tres principios básicos: la transmisión del calor corporal, de impulsos rítmicos y de un patrón de locomoción equivalente al de la marcha humana. El caballo es un ser sanador a través de su lenguaje corporal y emocional, y sirve de espejo al alma humana. Esta es una información muy valiosa que el caballo le devuelve a la persona para reflexionar sobre lo que le está sucediendo en su interior, que muchas veces no coincide con su lenguaje verbal» (Julieta Malleville).